El Dios Muerto

En el siglo XXIV La Iglesia Necrótica a obtenido gran poder, un culto en que todos sus miembros veneran a un Dios que ha muerto en una u otra forma. Sin embargo, aunque la mayoría de personas son parte del culto, todavía hay unos pocos, y entre ellos científicos, que creen que Dios no ha muerto, y están decididos a encontrar su huella en el hombre o en el universo cueste lo que cueste.


Año 2322: Los Hijos del Dios Muerto
El mundo ha estado buscando a Dios desde hace miles de años, pero nunca lo ha encontrado. Con los avances científicos y las investigaciones hechas por arqueólogos, historiadores, filólogos y otros tipos de especialistas, los fundamentos históricos de las grandes religiones fueron demolidos en gran medida, y con ello la fe en los textos revelados (cuya distorsión, carácter inventado o falsedad histórica fueron comprobadas en muchos casos) disminuyó de una manera nunca antes vista, dando lugar a una abrumadora reducción de los seguidores de las antiguas religiones.

Paralelamente, fueron surgiendo nuevas orientaciones religiosas, basadas más en concepciones filosóficas de las realidades espirituales que en textos revelados, orientaciones religiosas que en muchos casos, quizá siguiendo lo que podría catalogarse como “moda espiritual” y “actitud intelectual sintomática de las nuevas sociedades”, terminaron adoptando como nueva fuente de revelación a cuantos resultados arrojaban las investigaciones y los experimentos científicos orientados al tema de Dios y otros asuntos espirituales que, según se admitía comúnmente en la mentalidad de la época, tenían sus reflejos o expresiones en la dimensión de materia-energía que la Ciencia podía explorar, y a la cual encontraba cada vez más compleja dado que, entre otras cosas, se habían descubierto nuevas partículas, y aquello naturalmente fortaleció la intuición de que probablemente el alma no era sino una entidad compuesta por partículas que aún no se descubrían, y que quizá eran originarias o simplemente interactuaban con otras dimensiones o con esos universos desconocidos a los que iban las partículas que, en las observaciones de la Física Cuántica, aparecían y desaparecían del espacio-tiempo.

Hasta aquí todo parecería un panorama esperanzador, pero el paso del tiempo mostró que, las indagaciones científicas en torno a lo espiritual, estaban siendo claramente infructíferas, por decir lo menos. Todavía no existían evidencias contundentes de un cuerpo energético que pudiera equipararse a la idea del alma, y los frustrados científicos de la reducida cristiandad (y del Islam, que ya no era extremista para esa época) no habían podido encontrar nada que sugiriese un Cielo o Infierno.

En este contexto, en a finales del siglo 22 nació, cual digna hija de la Madre Decepción, la esplendorosa y siniestra Iglesia Necrótica: un culto pesimista, derrotista, que hacía suyo el “Dios ha muerto” de Nietzsche, aunque dándole un sentido distinto y fatalista, de carácter teológico antes que filosófico, un sentido que permitía entender la frase de Nietzsche como “Dios nunca estuvo vivo”. ¿Una iglesia atea? No exactamente, ya que una de las creencias fundamentales de la Iglesia Necrótica era que en general los individuos tenían, cual si fuese algo codificado en su condición humana, la necesidad de tener un Dios al cual adorar, necesidad que debía satisfacerse a toda costa, contra viento y marea, incluso si eso conllevaba hacer lo que este nuevo culto había hecho: adorar a un Dios que, de alguna (o algunas, para ser más preciso) manera, estaba muerto.

La Iglesia Necrótica creció a una velocidad alarmante en los 40 años que siguieron a su fundación, y no se diga después, ya que en el 2280 el 95% de las sociedades occidentales pertenecían a esta iglesia, y en Oriente, que ya admitía la libertad religiosa en la práctica y no solo en teoría, sus afiliados eran casi el 50%, frente a un Islam y un Hinduismo cada vez más famélicos, y un Budismo que, a la par que tenía menos seguidores, había sabido acomodarse adecuadamente a los cambios, ya que siempre fue la más filosófica de las religiones antiguas. Quizá, una de las cosas que más fuertes hacía a la Iglesia Necrótica, era la gran apertura de creencia que dejaba a sus miembros, cuya unión descansaba más sobre la desesperanza y la frustración espiritual que sobre creencias puntuales compartidas.

De este modo, lo único indispensable para pertenecer a la Iglesia eran dos condiciones: 1) Dios tenía que “estar muerto” para ti, de una u otra manera, y 2) Tenías que necesitar a Dios en tu vida, que desear su presencia, que adorarlo; pero, como a su vez estaba “muerto”, ese Dios necesitado, deseado y adorado por ti, habría de ser irremisiblemente un Dios que “estaba muerto” en el sentido o los sentidos que le dabas a la expresión.

Así, las interpretaciones eran diversas, pero podemos citar estos ejemplos de los significados que se daba a la “muerte de Dios”: 1) Dios nunca existió, y en consecuencia se adora a un ente simbólico e imaginario, que de alguna manera representa esa necesidad de un padre de la que habló Sigmund Freud, 2) Dios es solo una ilusión perceptiva que el cerebro desarrolló para protegernos (psicológicamente) y que se expresa en el sentimiento y la intuición de que hay un ser absoluto y perfecto (perfecto en concordancia a nuestras necesidades emocionales) afuera y adentro de nosotros, 3) Dios es solo una forma sutil de energía universal que hemos divinizado porque se vincula a cosas que nos parecen superiores y porque todavía desconocemos cuál es su naturaleza exacta, 4) Dios es el aspecto más profundo de la psique humana, y tiene una naturaleza que todavía se desconoce en gran parte y, a la vez, es de tal condición que permite fenómenos parasicológicos y nos une a todos nosotros energéticamente, por lo cual induce la ilusión perceptiva de que constituye otro dentro de nosotros, siendo que, a su vez, extrapolamos a ese otro en la realidad exterior, diciendo que “Dios está en todas partes”, 5) Dios existe, pero no podemos saber cómo es, está más allá de lo que para nosotros es el bien y el mal, y es ajeno a nosotros, está ausente, sea porque no quiere interactuar o porque su naturaleza no se lo permite o hace que aquello le sea indiferente, ya que este Dios no necesariamente creó el universo, no necesariamente tiene sentimientos, y no es omnipotente, no es omnisciente en el sentido convencional, y no necesariamente está en todas partes, siendo que puede ser llamado “Dios” solo porque es trascendente y absoluto de algún modo, y porque también, de una manera que casi seguramente lo excluye de la categoría de persona y por tanto de la posibilidad de ser un “Dios-persona” (con voluntad, deseos, acciones, planes para nosotros o el universo, etcétera), participa de la condición de mente o, por lo menos, de la condición de “conciencia”.

Ahora bien, como han de imaginar, dentro de la Iglesia Necrótica hay muchos que creen que “Dios está muerto” en la última manera (la número 5), y dentro de ese grupo está gran parte de los investigadores científicos que todavía buscan evidencias de Dios.

En cuanto a mi experiencia personal, yo he estado en cultos de la Iglesia Necrótica (sin pertenecer realmente) y son indudablemente macabros, “blasfemos” según el decir de esos cristianos que tanto abundaban a inicios del siglo XXI. Verán, en todos los templos ordinarios tienen una representación (una escultura) del cadáver de Dios, que es de metal, mide en promedio entre 2 y 3 metros de altura, y es hecha en concordancia con las creencias mayoritarias que tienen los feligreses iniciales (del templo en cuestión) sobre qué atributos visuales simbolizan mejor al “Dios muerto”. Entretanto, en las catedrales se sigue el mismo procedimiento, pero la escultura —las esculturas son vacías por dentro, para ahorrar dinero y representar el vacío inherente a los desarrollos de la idea de Dios en la historia de las religiones convencionales— mide entre 6 y 7 metros de altura, y además está cubierta por una capa de 2 centímetros de espesor, hecha con una sustancia hecha a base de huesos humanos molidos (de miembros que aceptaron en vida donar sus cadáveres a la Iglesia Necrótica) y un material descubierto en el 2105. Bien, esas estatuas de las catedrales son casi siempre horrendas, y en cada misa les rocían baldes de sangre fresca, que siempre tiene que ser de oveja blanca, y que la Iglesia Necrótica consigue en abundancia porque tiene acuerdos comerciales con los criadores de ovejas, que les guardan la sangre de los animales blancos (hay inspectores que cuidan que sean blancas las ovejas-fuente) cuando hacen matanzas para vender la carne de aquellas criaturas.

Tal vez esto huela a ritual satánico, pero no es nada en comparación con el magnífico espectáculo que brinda la Catedral de Carne, un magnífico templo que sirve como sede del Conclave Necrótico y del Maestro Supremo (jefe mundial del culto). Y es que la Catedral de Carne es un templo esplendoroso, completamente cubierto, en su exterior, por músculos humanos y ojos finamente incrustados entre los músculos, todo perfectamente acomodado y conservado dentro de una translúcida sustancia (mejor que el formol) hospedada al interior de una capa de vidrio blindado de 5 centímetros, que recubre por completo aquella enorme pirámide metálica, en cuyo interior hay tubos transparentes que recubren el techo y las paredes, imitando la forma de las venas y bombeando sangre humana (donada por miembros de la Iglesia Necrótica) cada hora del día y de la noche, dentro de aquel macabro templo cuya representación del “Dios Muerto” es una bestia de hueso (esa sustancia con hueso molido) que está muriendo, que mide unos 25 metros de alto, tiene varios brazos con manos grotescas, y muchas bocas y ojos que representan su omnisciencia.


24 de Agosto del año 2322
Yo nací cuando ya la Luna y Marte habían sido colonizados, me formé como científico en diversas ramas, y para el 24 de agosto del 2322 todavía vivía en la Tierra, donde había desarrollado la mayor parte de mi labor investigativa, que giraba principalmente en torno a la pregunta de “¿dónde está Dios?”. Así, el 24 de agosto del 2322, yo llamé a mi amigo, el Dr Styrr (un científico usar), quien era, junto conmigo, una de las pocas personas que se negaban a creer en la muerte de Dios.

— Buenos días, ojalá hayas descansado, hermano ―le dije yo, saludándolo.

— Disculpa que vaya al grano… ¿has estado observando esa línea?, ¿has visto lo irregular que resultan sus patrones para la galaxia en que se encuentra?

— No… La verdad es que no he visto nada raro… ¿Qué pasa con esa línea?

— No estamos solos… No te diré más por ahora: nos vemos en la oficina en una hora, hablamos.

— Vale, ¡ojalá sea algo grande!

La llamada me hizo sentir una felicidad que no había experimentado en mucho tiempo. Era reconfortante saber que todavía otros científicos creían que Dios vivía y debíamos seguir buscándolo. Y es que no lo he dicho, pero eso de “nos vemos en la oficina” se refería a la reunión por webcam que yo, Styrr y muchos otros científicos habríamos de tener. Era fascinante: todos creíamos que Dios vivía, solo que, al final de la reunión, nos enfrentamos al problema de que el pensamiento del grupo se dividía en dos líneas. La primera línea planteaba que Dios existía dentro de nosotros (como un ser real, no como una ilusión perceptiva o un simple aspecto interno), y que era allí donde había que buscarlo; entretanto, la otra línea planteaba que Dios existía afuera, pero solo en el Cielo se hacía lo suficientemente patente para ser conocido, aunque el Cielo, según los defensores de esta línea, estaba o se manifestaba dentro de nuestro universo.

En consecuencia, unos creían que era necesario experimentar con humanos, mientras que otros pensaban que se requería trabajar más en nuestra observación del cosmos. Por mi parte, era previsible que me decantase a favor del segundo grupo. Lo que me desconcertó y desmotivó fue que Styrr se unió al primer grupo; pero, sin embargo, conservé la esperanza de que los equipos mantuviesen buenas relaciones. Todo esto sucedió hace unos 6 años previos al año en que estoy escribiendo estas líneas.


12 de Julio del 2328
Las investigaciones no han salido demasiado bien y nuestros fondos han sido insuficientes, por lo que no sorprende que más de la mitad del grupo (contando ambos bandos) haya desertado y se haya unido a la Iglesia Necrótica. Necesitamos esperanza, la hemos necesitado siempre, pero tal parece que a Dios no le importa que vivamos buscándolo y que perezcamos sin haber satisfecho por lo menos algo nuestra noble búsqueda de evidencias a favor de su existencia. Yo aguanté, pero otros no: ellos simplemente perdieron la esperanza. Ahora he estado revisando mi correo, y resulta que curiosamente me encontré un mail de mi amigo Styrr, con un informe adjuntado, informe que al parecer se refiere a los resultados de los experimentos hechos por su grupo.

Experimento VXV con SFG

He aquí lo que Styrr me puso en el informe sobre los experimentos de su grupo efectuados en humanos:

Hemos empleado tecnología de punta para introducir artefactos en los sujetos de prueba de una manera que, en lo posible, no comprometa la vida de éstos y la objetividad de los resultados. Los aparatos introducidos han sido diseñados para producir y registrar sonidos dentro del cuerpo humano. Durante la primera hora del experimento no sucedió nada extraordinario: lo único registrado fueron los ruidos producidos por las máquinas introducidas y los sonidos (latidos cardíacos, ácidos intestinales, respiración, etcétera) correspondientes a los procesos orgánicos naturales de los cuerpos de los sujetos de prueba. No obstante, después de transcurrida la primera hora del experimento, en todos los sujetos empezaron a registrarse fenómenos anómalos como movimiento muscular descontrolado e involuntario y tos con expulsión de sangre. Los dos ejemplos de fenómenos anómalos están dentro de lo explicable por causas naturales, pese a que no responden a lo que se esperaría de organismos que funcionan normalmente, como los de los sujetos de prueba. El problema vino con unos gritos que aparecieron en todos los sujetos del experimento, y que cumplían estas condiciones: 1) se escuchaban como distorsionados, al igual que en una mala grabación, 2) se producían a intervalos irregulares, 3) tenían características acústicas impropias de los sonidos que el cuerpo humano está fisiológicamente capacitado para producir, 4) no eran producidos en las cuerdas vocales de los sujetos, y no fue posible encontrar una fuente a los gritos dentro de los organismos de los sujetos de prueba.

Nota 1: Los pacientes comatosos no dieron resultados esperados. A los sujetos se les tapó la boca con cinta adhesiva después de que los gritos se empezaran a registrar: esto les resultó muy doloroso, y los gritos continuaron produciéndose sin alterar sus rasgos.

Posdata: Discúlpame no incluir más información: es secreto. Y por cierto: ¿qué tal si vienes a cenar esta semana a ver si hablamos?

Dr. Styrr

Yo acepté la propuesta de mi amigo y un par de días después nos encontramos en un restaurante pequeño donde era casi imposible que se infiltrasen espías. Cuando lo vi, Styrr estaba pálido, se veía estresado, algo andaba mal en él.

Al preguntarle si estaba bien, mi amigo empezó a asentir con la cabeza repetidas veces, suspiró profundamente, se desparramó en la silla cual si fuera un borracho con sueño, abrió los ojos como un loco, y después se quedó viendo hacia arriba, mientras un hilito de sangre le chorreó de la boca abierta.

Yo me aterré y me le acerqué velozmente, pero de pronto volvió en sí, tosió un poco de sangre, y me agarró la cabeza mirándome a los ojos, de tal forma que parecía esforzarse en convencerse de que todo eso no era un simple sueño.

— Por favor, siéntate, tenemos mucho de qué hablar ―dijo Styrr, con la voz quebrada.

— Styrr, ¿qué te ocurre? Acabas de toser sangre, hombre, ¡toser sangre!

— Robert, Robert… Tú sabes que no te di el informe completo del experimento y la verdad es que quizá nunca lo haga. Queda poco tiempo, necesito que me escuches, ¿vale?

— Claro, te escucho, di todo lo que puedas.

— Bueno, verás, todo empezó cuando nos dimos cuenta de que el uso de espectroscopios SFG no estaba dándonos datos adecuados y suficientes. Entonces, algunos del grupo se ofrecieron como voluntarios para una versión menos extrema del experimento. Inicialmente no obtuvimos buenos resultados, pero la quinta vez algo pasó con el dolor. Tú ya sabes que antes de eso escuchábamos dentro de los sujetos esos gritos extraños sin fuente aparente, y para aquel momento los gritos seguían produciéndose. Bueno, yo personalmente los había oído también, y me había ofrecido de voluntario. Bien, lo escalofriante fue que los gritos extraños estaban comenzando a volverse más fuertes y todo cobraba sentido, al menos para mí y aquellos en quienes se producían los gritos, porque nosotros podíamos sentir que algo estaba tomando el control, aunque las máquinas no pudieran registrar nada relativo a eso.

De todas formas yo tuve miedo y ya no me ofrecí de voluntario para el sexto experimento, pues quizá no estuviese hablando contigo si ese hubiese sido el caso… Robert, Robert, entiéndeme: algo terminará saliendo de mí… ―dijo Styrr con la voz quebrada, antes de suspirar y quedarse quieto mirándome, mientras le resbalaban varias lágrimas por las mejillas.

— Amigo… Estás muy mal, tienes que… ―aquí paré porque me interrumpió.

— ¡Tienes que ir!, ¡tienes que ir!, ¿y qué le gustaría comer?, ¡señor! —dijo Styrr fuera de sí tras interrumpirme, con los ojos en blanco, vueltos hacia atrás como un poseído.

Eso de los ojos en blanco fue lo último que aguanté, porque en ese momento sentí que mi vida corría peligro, y escapé corriendo a toda velocidad, escuchando tras de mí unos gritos aterradores, semejantes a los que me describió Styrr cuando habló de los experimentos. Lamentablemente no pude correr mucho, porque a la salida del restaurante (yo estaba en el piso de arriba) me encontré con un grupo de guardias.

“¿Qué ha visto?”, “¿Estuvo violento Styrr?”, “¿Qué le dijo Styrr?”: con esas y otras preguntas me hostigaron los guardias, y después se llevaron a mi amigo, que ya había vuelto en sí y estaba siendo sujetado, llevado a la fuerza a una pequeña nave-patrulla, mientras lloraba y clamaba libertad. “¡No! ¡Ya no puedo soportar más el dolor! ¡Tengan piedad de mí! Dios, ¿dónde estás? ¡Ahora es que te necesito! ¡Resucita!, ¡aparece, cadáver omnipresente! ¡Robert, Robert: ayúdame por favor, sálvame!”. Yo pude haberlo ayudado pero tuve miedo, demasiado miedo: lo traicioné, le di la espalda, le fallé. Nunca me perdonaré.

Después de que Robert se fue, me senté y lloré hasta que vino un científico que parecía importante. Entonces un guardia intentó fastidiar, pero el científico le ordenó que nos dejase en paz. Me di cuenta que era de los científicos que aún creían en Dios, y que era parte del equipo detrás de los experimentos que hicieron enloquecer a mi amigo. Según me dijo, tendría la consideración de decirme lo que no podía decir a casi nadie, sobre todo a civiles. A saber, sencillamente me informó que Styrr había perdido la cordura debido al dolor físico y a la angustia emocional que comportaban los experimentos, y también me dijo que yo y mi grupo podíamos seguir tranquilos buscando a Dios en el cosmos, pues quizá pronto acabaríamos encontrando “algún planeta con la barba de Cristo” (esto lo dijo burlándose, el muy hijo de…).

¿Realmente era cierto lo que me dijo el científico? ¿Seguiría vivo Styrr? ¿Lo volverían a usar en experimentos en contra de su voluntad? ¿Había enloquecido solo por los experimentos o había algo más? Y finalmente, y más que todo: ¿acaso los experimentos tenían algo tan siniestro que Styrr no podía y no quería decirlo y yo estoy todavía lejos de imaginarlo? Desde el día en que se llevaron a Styrr, nunca más volví a saber de él, y aún no sé si vive o no.


09 de Septiembre del año 2328
Jamás olvidaré lo que ha pasado hoy, que es el día en que he escrito todas estas líneas, refiriéndome a hechos anteriores para que entiendan a la perfección la magnitud de lo que pronto les revelaré. ¡Maldita sea, maldita sea! Este día me ha marcado profundamente: si “eso” que vieron era Dios, yo no sé cuánto tarde en perdonarlo, en dejar mi resentimiento, mi blasfemo resentimiento. Si no es Dios, pues mucho mejor, aunque creo que entonces tendría que pensar que se trata del Diablo o de alguna forma de vida sumamente poderosa y sutil, una especie de súper-mente. Pero no: yo sé que ese era Dios, me lo dice la intuición. Bueno, en todo caso iré al punto:

Hoy, tras años de esfuerzo, se estrenó el observatorio con los nuevos telescopios, unos telescopios que tardaron mucho en ser desarrollados, que costaron tanto que solo el Estado (al cual convencimos con gran esfuerzo) pudo pagarlo, unos telescopios especializados en detectar anomalías, y con un alcance jamás visto en telescopios anteriores. ¿Saben qué pasó? Fue indignante, fue atroz, fue… un acto con la crueldad propia de un Dios que no conoce la compasión…

El observatorio se abrió a las 3 de la tarde, y cinco de nuestros científicos se pusieron a trabajar intensamente, hasta que a las 7 de la noche recibimos una llamada en la central: “¡lo hemos encontrado, lo hemos encontrado! ¡El rostro de Dios! ¡Los patrones, los patrones, nunca se han visto patrones así! ¡Hay una mente, los patrones son organizados, fluyen, se comportan como si hubiera una mente atrás de ellos!”. Al oír esas palabras, todos nos miramos con la boca abierta. Era evidente que el emisor no mentía, pues hasta tenía la respiración agitada de la emoción y se oía a sus compañeros asentir. Sin embargo, apenas les dijimos que envíen la transmisión en vivo de lo que estaban viendo (no habíamos hecho eso antes para no distraerlos), escuchamos un ruido estrepitoso como del suelo abriéndose, e inmediatamente se escucharon destrozos y la comunicación se cortó…

Media hora después de que la comunicación se cortase, llegamos al lugar y encontramos el observatorio reducido a ruinas, con todos los científicos muertos y los telescopios destrozados. Yo nunca creí en la Biblia, pero por curiosidad la estudié y en ese momento, cual relámpago que cae sobre el árbol y lo incendia, acudieron a mi mente aquellas palabras que supuestamente Dios dijo a Moisés, después de que éste le pidiera que se dejase ver y Él accedió diciendo:

Pero te advierto que no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo
(Éxodo 33, 20).

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